domingo, 8 de enero de 2012

CAPÍTULO 8 (FRAGMENTO) - DIARIO DE OPERACIONES - LA MONJA ALFÉREZ


Os ofrecemos hoy un nuevo fragmento de la novela LA CONSPIRACIÓN DE LAS MARIPOSAS, de Juan Miguel Alonso Vega, que ya está en las librerías desde el día 7 de enero´12. 

"Diario de Operaciones - La monja alférez 

Yo tengo muchas limitaciones, pero soy consciente de ellas. No sé si eso me hace mejor, pero al menos no me engaño. Es decir, soy un tarado con consciencia y, a veces, con conciencia. 

Una de las más notables es que mi sistema hormonal está muy descompensado desde mi pubertad. Paso largas temporadas en las que mi libido se va de viaje, convirtiéndome en un vegetal asexuado. En esos meses, ni una Sofía Loren abierta de piernas sobre mi cama, braguita blanca con puntilla y medias de red con ligas a juego, maullando su celo como una gata, podría incentivarme. No me interesa. Me parece que el sexo es un actividad atlética, cansina y repetitiva que no consigue estimular mis gónadas en absoluto. Me entrego entonces a la reflexión, a la escritura y a la discusión ora filosófica, ora política, ora literaria con mis amigos, en particular con mi Leni. Esos días, la conserjería de Filosofía se convierte en la academia platónica o, si se quiere, en el jardín aristotélico por los viajes peripatéticos que nos pegamos la Leni, un servidor y, a veces, el Rodri. 

En otras ocasiones, como si el doctor House me hubiera inyectado una sobredosis de testosterona en los testículos, vivo en un estado de eterna erección que me provoca una insatisfacción permanente y no poco dolor a la altura de mi bajo vientre. Los hombres sabrán de qué les hablo. Como quiera que no siempre es fácil para un varón satisfacer su apetito (sobre todo si está casado , según dicen) sin grave riesgo de su modesta hacienda, como es el caso, esa temporada me entregó al vicio de Onán con una constancia y frecuencia que me dificultan llevar una vida normal, incluida la laboral. 

Sereno mis ansias a toda hora y en cualquier lugar: en la leñera de la comuna, en los baños de la Facultad, en los sótanos, en algún despacho vacío, con particular afición por el del señor Decano, pues cuenta con un sillón abatible que me permite una postura de lo más cómoda para la manipulación mientras veo alguna página ad hoc en su enorme pantalla del ordenador. 

En verano tengo querencia por la última fila de los cines, donde el aire acondicionado y la oscuridad invitan a la ensoñación y al vuelo mientras me consuelo. Suelo ir a los Van Gogh, a la primera sesión de la tarde. Elijo películas de culto que aseguran un público escaso y, cuando se apagan las luces y el sonido Dolby Surround estalla con toda su potencia, arrío pantalón y calzones, me pongo la cazadora por encima si hay moros en la costa, cierro los ojos, y comienzo la ceremonia del arpista. En raras ocasiones, alguien se sienta a mi lado o en las filas anteriores. Cuando es así, me conformo con una breve y rápida pieza, que si bien sirve al caso , está muy lejos de mi ideal y de mis capacidades musicales, porque está mal que yo lo diga, pero soy un virtuoso de este arte. A veces, la gente cercana se levanta y se va. Mejor. 

Sólo en una ocasión me abordó un extraño, un depravado que me quería ayudar, dijo. 

– No me gustan los degenerados. Vete a tomar por el culo o te arranco la cabeza – le contesté con un tono más duro que mi polla. 

Dado que comprendió el mensaje con celeridad, cabalmente, yo seguí a lo mío. Nunca he tenido problemas, aunque es cierto que no pocas veces salgo de la sala a media película, con cara de pocos amigos , y me encamino a la salida con una oculta satisfacción interior. 
– ¿No le ha gustado la película ? – me pregunta algún empleado. 
– Infumable – respondo sin detenerme. 

En los cines Van Gogh me tienen por un cinéfilo, lo sé. 

Es verdad que la vida en la Comuna me ofrece posibilidades de fornicación en algunas ocasiones, que yo aprovecho bien por vicio, bien por necesidad en estos periodos de inestabilidad hormonal, bien por no hacer un feo a alguna compañera que busca en mi entrepierna el consuelo de un desengaño o la gasolina que incendie los celos de otro comunero. A mí me da igual. Subo a la buhardilla, o bajamos a la bodega, o nos refugiamos en la cabaña de los conejos y , entre el trébol verde , me entrego entero para mayor gloria y disfrute de la dama y propio, claro. Luego me duermo y sueño que me hago una paja, una lenta y detallista pajuelilla que me deja como un marqués. Ya he dicho que soy un tarado. 

Mas, en general, estos encuentros no colman mis expectativas: no me relajo, ellas suelen gemir con un volumen excesivo que me impide centrarme en mí mismo, en el ritmo preciso que pide mi enanito. Y a veces, las camaradas se interesan por prácticas sexuales que se desvían de mis intereses y gustos, por no hablar de la higiene: felaciones, cunnilingus y sesentaynueves que yo soporto con varonil estoicismo, aunque sin ningún entusiasmo. Incluso una compañera francesa, Ivonne, bajita y delgada como una muñeca, que nos acompañó durante unos meses, y a la que me uní algunas tardes de modorra veraniega, llevada quizás por la curiosidad que siempre alimenta a la depravación, me pidió en cierta ocasión que se la metiera por el culo. Bueno, lo que me faltaba, dije yo, mientras me levantaba del suelo en el que había dejado una parte importante de mis rodillas. Yo no soy maricón, bonita. Los respeto mucho. En mi trabajo hay unos cuantos, pero no milito en el partido sodomita. Lo siento. Y me fui. ..."

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